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El Trono Caído - Prólogo

Antes de que existiese el Continente, las estrellas, los soles y las lunas, el Grande paseaba por un universo frío y desierto, cargando siglos de añoranza sobre sus espaldas: el Dios del Amor echaba algo en falta, aunque ignoraba qué era. En su búsqueda, dio ser a tres criaturas a las que llamó Muna, Solaris y Tempus, quienes más tarde serían conocidos como los Mayores. 

Con tal de que tuviesen todo cuanto pudieran desear, les creó tres mundos: en el de Muna todo era plateado y una suavie luz azulada, muy dulce, bañaba sus fronteras, recubiertas de espejos ante los que la pequeña danzaba; un segundo orbe para Solaris, lleno de luz y fuego, no en vano tenía el chico la piel cálida como la más ardiente de las brasas y dorada como oro líquido. Todo previsible y cualculado en el de Tempus, pues era la criatura capaz de detener el tiempo y medirlo y eran sus juguetes preferidos relojes y esperas de eones y centurias. 

Durante muchos siglos los tres crecieron felices en sus mundos respectivos. Tempus y Solaris, amigos desde niños; Muna, quien prefería la soledad, recluida en su mundo, como una misteriosa y poderosa presencia a su alrededor. 

Quiso el azar que un Tempus aún joven, descubriese a la escurridiza Muna bailando ante sus espejos y quedase perdidamente enamorado de ella. Embargado de una repentina y desconocida imidez, corrió junto a su amigo Solaris y le pidió que mediara entre ambos, ya que ansiaba el abrazo de la danzante tanto como temía su rechazo. Sin embargo, lo que empezó con la risa y el asentimiento del áureo terminó de forma inesperada, pues también éste cayó rendido ante el hechizo de la diosa.

Olvidándose de Tempus, Muna y Solaris corrieron ante el Grande y pidieron que los uniera como a un único ser,por que no podían seguir viviendo separados. El Grande les concedió el deseo y así fue como juntos crearon el Continente, que relucía bajo tres soles eterno: Oldra, el inmenso sol de siete puntas del Este; la distante Ehrea, luna perpetua del Oeste; y Mass-Sessla, el sol sangrante, tan pálido que parecía una luna, la luna de las serpientes.

Muchas veces giraron en el Continente las esferas de Tempus antes de que la paz se quebrara, pero la guadaña de la muerte segó el nudo que ataba entre sí a los Maypres y el destino del nuevo mundo cambió su curso, sumergiéndose ne eras de lucha fraticida. El origen no tardó en caer en las redes del olvido, aunque dos nombres enfrentaron a los Mayores: uno era Tavath, el primer licántropo, hijo de Muna y Solaris; el otro Sossarth, hijo del dios aureo y la diosa Menor del desierto, Katana. 

Enfurecido por las peleas entre sus hijos y sus nietos, quienes, ajenos a lealtades asistían a un bando u otro según su propia conveniencia, el Grande arrojó su trono al COntinente y sentó en él  a un representante que debía cambiar cada cierto tiempo y podía ser cualquiera que tuviese el Poder del Amor. Para defenderlo nombró al pueblo sssemesstraka, sabio y valeroso, aunque privado de la capacidad de sentir ese amor irracional que podría poner en peligro tan elevada tarea, y éste fundó Sesser-Law en lo más alto de la Cordillera Transparente, donde descansaría desde entonces el Trono del Grande. De esta manera reinó la paz en el Continente durante muchos años. Aunque los Mayores y los Menores que gobernaban el mundo de los dioses seguían con sus rencillas y la calma en el mundo de los mortales parecía segura y duradera. Sin embargo, Tempus tenía una baza escondida...

 

Llamó a sus oráculos y les hizo averiguar cómo podía encumbrarse hasta superar a los otros dos Mayores y sus oráculos hablaron de una única salida: porner a un hijo suyo en el Trono. 

 

Enaltecido, Tempus llamó a los humanos, los seres más temerosos del Tiempo, y les ordenó que derrotaran a los sssemesstraka. En su devastación, una alianza de humanos, jinetes y otros leales a Tempus terminaron con el imperio de Sesser-Law, la capital custodia del Trono del Grande; pero no fue la única raza que sufrió las consecuencias de la ambición del Mayor. Otras, como el pueblo licántropo (por otro lado enemigo ancestral de los sssemesstraka), se habían visto ya cinco siglos atrás forzadas a la huida o la escalvitud. En el Continente, tras la caída de Sesser-Law, nada volvió a ser lo mismo.

No obstante, Tempus conocía la ira del Grande y ató su impaciencia, ocultó a su hijo y aguardó al momento oportuno para luego colocarle en el Trono Caído, decidido a proclamarse superior entre los MAyores y merecedor del amor de Muna, robado tanto tiempo atrás por el dios de los soles. 

 

De este modo, la caída de Sesser-Law fue el fin de una era y el inicio de otra nueva, y los años que siguieron al incendio de la capital sssemesstraka se sumieron en una calma tensa: la que procede a la tormenta. Sobre la piedra quedó grabada la voz de los oráculos de Tempus: 

 

Tres Mayores, un Trono

Sólo donde acabó la Era Antigua 

podrán enfrentarse los hijos del Grande

Uno se declarará vencedor

y reinará sobre los demás como Mayor de los Mayores

 

Durante muchos años las palabras se mostraron vacías sobre la roca. Ahora, dos décadas después de la caída del último representante del Grande, había llegado el momento de que la fuerza decantase el poder entre los Mayores. En el COntinente, un viento de cambio lanzaba a los cuantro puntos cardinales el grito del Trono Caído. 
 

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