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Nacimiento de Prometeo

Sarosh es una de las cinco ciudades que aun existen en este planeta otrora llamado Azul. Construida sobre un montículo y bajo una brillante cúpula transparente que protege a sus habitantes de las tormentas ácidas y vapores venenosos de los desiertos que la rodean. La ciudad entera parece vibrar con el suave ronroneo de las turbinas que purifican el aire y la lluvia y el agua del Estrir- el río que atraviesa la ciudad de norte a sur. Sarosh está rodeada por la Vida: un frondoso laberinto de árboles que crecen como un anillo entorno a la ciudad: apretándose contra los altos muros de la cúpula y avanzan hasta las casas del más pobre de los cinco barrios: el Rojo. En las sucias calles del Rojo, entre prostitutas y montones de basura, un hombre de piel blanca y cabello de oro volvía a casa cargando con un instrumento extranjero. En un antiguo edificio, perezosamente apoyado contra el muro que separa el Rojo del barrio Negro, una mujer tuerta daba una paliza a uno de los niños por no haber conseguido suficiente dinero.

El Negro debe su nombre a la neblina oscura que flota entre las calles. Las fábricas están en este barrio, rodeadas por las pequeñas viviendas de sus trabajadores. Cada fábrica pertenece a una familia aristócrata: su símbolo grabado sobre las puertas y en la verja que las rodea. La mayoría de trabajadores tienen sus viviendas en el interior de las verjas. Nacen, crecen, viven y mueren junto a las fábricas. Sentado detrás de la maciza mesa de su despacho en la fábrica de botones Jian, Anubis Jian desdobló el periódico que ya había leído esa mañana. Su Mitad, Valdis, estaba de parto, y Anubis no tenía intención de presenciar un espectáculo tan poco decoroso por segunda vez.

Separando las fábricas del Negro y los campos de cultivo de David, estaba el último de los barrios bajos: el Gótico. Donde tres de los cuatro hijos de la prostituta Anaka Yori dormían plácidamente en sus camas.

David era un barrio aristócrata salpicado de hermosas casitas de tres pisos con los techos inclinados en los que vivían los aristócratas dueños de las tierras y destartaladas barracas blanquecinas en las que se hacinaban los plebeyos trabajadores del campo. En el segundo piso de la pequeña granja de gallinas Raven, tendido en una lujosa cama de plumas, Talthybius Raven acarició el abultado vientre de la plebeya sentada ahorcajadas sobre él, enmarcada por la luz de la luna y gloriosamente desnuda, imaginando que aquel niño era suyo.

Tumbada en otra cama, ésta en el tercer piso de la mansión Jian en el hermoso barrio de Babbel, Valdis Jian se retorcía y gritaba intentando expulsar a su segundo vástago del cuerpo. A su alrededor correteaban nerviosamente las criadas y, arrodillada entre sus piernas, una matrona de inmensos senos y rostro severo ladraba órdenes a todas las mujeres. Sentado junto a la puerta, Argider Jian se mordía las uñas con nerviosismo. A sus cinco años, Argider no solía estar despierto tan tarde, pero hacía horas que su madre gritaba y sangraba y nadie en toda la casa se había acordado de él.

En el barrio de Salomón se encontraba el Archivo, rodeado por las universidades de Sarosh. El Archivo era un enorme edificio de piedra tallada en el que se guardaban todos los documentos supervivientes de los tiempos Arcanos. Cualquier saroshino podía consultar los textos restaurados y las traducciones que ocupaban los siete pisos del edificio. Pero era en los sótanos, en los que se conservaban los verdaderos tesoros: cincuenta pisos abarrotados de manuscritos, impresiones y pinturas que los Archivistas estudiaban cuidadosamente, traducían y llevaban ante el comité que decidía si podían ser dadas al público o no. Uno de estos Archivistas, Arquímedes Cougar, continuaba en su oscuro y seco despacho a pesar de la hora. Su nieta Astrid sentada sobre las rodillas, seguía el texto de un libro de dibujos con sus curiosos ojos dorados.

Un muro de oro separaba el barrio del Dorado de los demás. Las mansiones de los más altos aristócratas se alzaban a la sombra del palacio cuyas cinco torres se estiraban hacia el cielo, parecían tocar el punto más alto de la cúpula. En el interior del palacio, la Reina arropaba a su hijo menor, Jouko-Mika, quien dormía plácidamente, iluminado por la fría luz de la luna del mes del dragón. Sus damas de compañía esperaban como sombras silenciosas en la puerta para escoltarla hasta la Torre de las Mujeres. La Reina terminó su plegaria de protección, besó la frente de niño y se puso en pie. Ya había visitado a sus otros tres hijos, rezando sobre ellos mientras dormían. Salió de la habitación y, junto con sus damas de compañía comenzó el largo camino de vuelta a la Torre de las Mujeres.

Al pasar por el Templo, situado en el centro del palacio real, una figura alta y delgada se desprendió de entre las sombras. La Reina se inclinó ante la Cabeza del Verdadero Simba Löwe. El hombre enarcó las cejas.

- ¿No deberíais estar recogida en vuestros aposentos, alteza?

Las damas de compañía temblaban bajo la impasible mirada de la Cabeza del Verdadero, las caras vueltas hacia abajo, espaldas curvadas en sumisión, rodillas tan flexionadas que casi tocaban el suelo, manos apuntando al cielo a la altura de las orejas.

Simba Löwe era un hombre despiadado y todos los habitantes de Sarosh lo sabían.Nadie dudaba que la Cabeza del Verdadero en el Dorado podría volver a encender las hogueras que habían acabado con los últimos herejes apenas unos años antes al más mínimo rumor de infidelidad.

 

La Reina, con la cabeza gacha y las rodillas flexionadas, respondió con voz segura:

- Estaba deseando buenas noches a mis hijos. Como todas las noches.

- Durante los fríos meses de Muerte no es conveniente ir entrando y saliendo de las habitaciones de los niños. El frío…- sonrió.

- Mayor razón, un beso materno les mantendrá calientes.

Cabeza del Verdadero Simba Löwe arrugó la nariz.

 

- Deberíamos dejar que el Verdadero vele por los pequeños

 

- Como habéis dicho, Cabeza del Verdadero Simba Löwe, cualquier precaución es poca.

 

El hombre la fulminó con la mirada, pero la Reina permaneció impasible.

- ¿Vos no dormís, Cabeza del Verdadero Simba Löwe?

- Me temo que esta noche el descanso me evade.

- Confío que no sea nada grave.

Abrió la boca para contestar, cuando las puertas se abrieron con un golpe que resonó por todo el Templo y un hombre entró a la carrera, pálido y sudoroso; vestía la túnica violeta de sacerdote con el corte tradicional del barrio de Babbel. Sin casi frenar, se arrojó de rodillas ante la Cabeza del Verdadero, la frente apretada contra el suelo y las manos alzadas por encima de la cabeza.

- En pie, sacerdote- ordenó la Cabeza del Verdadero Simba Löwe.

Una de las damas de compañía de la reina, aun en genuflexión, frunció los labios. El sacerdote obedeció de un salto.

- Es el nuevo aprendiz de la Cabeza del Verdadero Lev. Ha tenido una premonición- jadeó.

La Cabeza del Verdadero Lev era, junto a Simba Löwe uno de los seis líderes de la iglesia del Verdadero. Lev, representante del Verdadero en el barrio de Babbel, un hombre de mente, tranquilo y silencioso, que había tomado bajo su tutela al joven Hakan Wolf, cuando éste perdió a su familia en las hogueras. Hakan Wolf había sido uno de los más cercanos amigos del príncipe Jouko-Mika, y se había salvado de las hogueras gracias al favor del Rey y de sus extrañas profecías. A la Reina se le erizó el vello de la nuca pensando en qué podría haber visto el niño que requiriese de la atención del mismísimo Simba Löwe.

- ¿Qué ha dicho el aprendiz?

 

El sacerdote tembló de pies a cabeza, tragó saliva y sacó una tela endurecida de la manga de su túnica, recitando con voz temblorosa.

 

- Canta el ave de hielo al morir

Pero el príncipe azul canta para dormir

Su voz acompaña a los niños cansados de vivir

Tráeme el brazo de oro que alza el puño al cielo

Tráeme los ojos blancos que ven un nuevo fin

Tráeme la voz del rey que lleva al ocaso

Detrás de la Reina, las damas de compañía se miraron de reojo.

 

- Son las mismas palabras que Ojo del Verdadero Caksusa pronunció hace nueve meses.- murmuró el sacerdote.- La Cabeza del Verdadero Lev cree que…

 

Simba Löwe se pasó la lengua por los dientes, estudiando la tela endurecida.

- ¿Ojo del Verdadero Caksusa ha sido consultado?

 

- Ha desaparecido- dijo el sacerdote. - Llevaba días diciendo que oía llorar a los ángeles.

 

- ¿Y el aprendiz?

 

- Del aprendiz no habíamos oído nada hasta esta noche.

 

- Despertad a los Ojos que averigüen dónde está Caksusa y que las Manos vayan a asistirle como puedan - con un dedo huesudo señaló a una de las damas de compañía- Tú, que preparen mi montura. Debo ir al Templo de Babbel inmediatamente.

La mujer echó a correr a toda prisa, recogiéndose las faldas por encima de las rodillas, mientras el sacerdote salía a la carrera por donde había venido para cumplir las órdenes de la Cabeza del Verdadero. La Reina y sus damas de compañía se hicieron a un lado apresurándose en llegar a la Torre de las mujeres.

- Qué curioso comportamiento- comentó una de las damas, mientras ayudaban a la Reina a desvestirse.

 

La Reina permaneció en silencio, los ojos fijos en la luna y sus múltiples satélites brillando blanca en el cielo.

- No cierres las cortinas- dijo, deteniendo los movimientos de una de ellas.

 

- ¿Habéis entendido vos de qué iba todo eso?

 

La Reina se sacudió, como saliendo de un estupor.

 

- ¿Qué puedo saber yo de las profecías de los Ojos del Verdadero?

 

Pero su gesto sombrío contradecía sus palabras. Las damas permanecieron en silencio.

Alguien le puso una suave bata sobre los hombros.

 

- No os preocupéis por el muchacho- susurró una de las mujeres, tan quedamente que la Reina apenas pudo oírla por encima del frenético latido de su corazón. - Estoy segura de que las Cabezas del Verdadero no le harán ningún daño…

La Reina la miró por encima del hombro. La mujer tenía un rostro redondo y amable, era una de sus más queridas amigas y una confidente leal. En sus ojos podía ver el final de la frase que ninguna se atrevía a pronunciar en voz alta: “mientras siga siendo útil.”

 

***

 

Cabeza del Verdadero Simba Löwe no solía salir sin una escolta, no porque necesitase protección, sino porque siempre le había gustado sentir la adoración y el miedo que su posición provocaba a los súbditos del Verdadero. No obstante, aquella fría noche de mediados del mes del dragón, no había tiempo para frivolidades. Hincó los talones en el más rápido de los gamos del Palacio, azuzando a la bestia hasta sus límites. El Templo de la Cabeza del Verdadero Lev estaba en una hermosa plaza en el barrio de Babbel y el gamo cubrió el trayecto en apenas media hora. A Cabeza del Verdadero Simba Löwe se le antojó mucho más. Detuvo a la montura con un severo tirón de riendas y desmontó, acompañado por el perene tintineo de pulseras y collares. Le entregó las riendas a un joven sacerdote de ojos cansados.

- La Cabeza del Verdadero Lev está en el despacho…- empezó a decir, pero Simba Löwe ya había pasado por su lado con un revuelo de telas doradas; los ojos que decoraban su túnica parpadeando a la luz de la luna y sus satélites.

Las Cabezas del Verdadero Usama y Tau, de los barrios de David y Salomón respectivamente le esperaban ya, sentados en sillas de alto respaldo. Lev se encontraba de pie, junto a su mesa, estudiando un pergamino con el ceño fruncido.

El despacho de Cabeza del Verdadero Lev era, en esencia, igual que el despacho de las otras Cabezas del Verdadero: una sala ovalada, de paredes de piedra y techo bajo, con estanterías a derecha e izquierda de la puerta y una ventana que daba a un pequeño jardín y desde la que se podía ver el Templo. La mesa de la Cabeza del Verdadero se encontraba ante esta ventana, sobre una desvencijada alfombra. Era una mesa robusta, de madera oscura con cobertura de cuero. A derecha e izquierda de la ardían dos incensarios de metal ornamentado. En el centro de la habitación sobre el suelo de piedra había sido dibujado el símbolo del Verdadero, alrededor del cual seis sillas de respaldo alto. Sentado en un taburete en el centro del símbolo del Verdadero se encontraba un niño de once años, la cabeza afeitada y empequeñecido por una túnica demasiado grande, las piernas cruzadas en el suelo, balanceándose suavemente sobre las posaderas.

Simba Löwe tomó asiento.

 

- ¿Ha dicho algo más?

 

Los ojos blancos del niño se fijaron insolentemente en él. Una sonrisa endiablada retorciendo sus labios.

Cabeza del Verdadero del Dorado arrugó la nariz, y pensar que una criatura tan enclenque pudiera provocar tantos problemas…

 

- ¿Quién le ha poseído?

 

- Devan.- respondió Usama con los dientes apretados y su habitual pesimismo. Gruesas gotas de sudor rodaban por su frente. Tau se mecía hacia delante y hacia atrás en silencio, murmurando un mantra de contención para mantener el espíritu maligno dentro del cuerpo del niño.

Cabeza del Verdadero Simba Löwe tragó saliva.

Devan, el rey de los demonios, mayor enemigo del Verdadero…

Inspiró profundamente el punzante olor de las hierbas que Cabeza del Verdadero Lev había echado en los incensarios, encomendando su espíritu al Verdadero disponiéndose a interrogar a aquel ente maligno para averiguar todo lo posible antes de que abandonara el cuerpo del niño.

Unos instantes más tarde, sus sentidos se agudizaron.

Sentía el latido de los corazones las otras Cabezas del Verdadero, el suyo reduciendo su marcha para unirse al pulso unánime. Podía ver el aura brillante en el niño sentado a sus pies, de un blanco tan brillante que dolía mantener la mirada sobre él. Podía sentir el calor de Lo Profundo erizando el vello de su nuca. La marca del Rival del Verdadero era poderosa en él.

 

- Devan.

 

- Simba- respondió el rey de Lo Profundo através del niño.

 

- ¿Qué pretendes?

 

El diablo se rio suavemente.

 

- ¿Qué pasa? ¿El Verdadero no te lo ha contado? Si él no quiere desvelar el gran secreto, no seré yo quién arruine la sorpresa.

 

- ¡Te ordeno que contestes!

 

- ¿Y si no qué harás? ¿Arrojar esta carcasa de sangre a una hoguera? Los dos sabemos que nunca harías eso, no con este precioso niño. ¡Oh él puede ver el mundo de los espíritus con una claridad con la que tú no podrías soñar!

Cabeza del Verdadero apretó los labios.

 

No se podía esperar una respuesta clara de una mente tan retorcida como la del Pan del Mal. Pero no era la primera vez que se enfrentaba a él y sabía cómo debía proceder. Su camino era el de la rectitud, porque este era el camino que indicaba el Verdadero.

Inspiró una vez más el humo del incensario.

 

- El príncipe azul, - gruñó, armándose de paciencia- ¿quién es?

 

- La causa de todos tus problemas. – la sonrisa en labios del niño era la de un imp malévolo.

 

- ¿Dónde está?

 

- Mucho más cerca de lo que imaginas.

- ¿Por qué has venido aquí?

 

La sonrisa se ensanchó.

 

- He venido a presenciar un nacimiento.

 

- ¿Qué nacimiento?

 

- ¿Qué me das si te lo digo? – y la voz sonó infantil y petulante. El niño recolocó los hombros y se echó hacia atrás, apoyando las manos en el suelo, los dedos extendidos, casi tocando las líneas del símbolo del Verdadero. Descarado.

- Contesta. - ordenó Simba imprimiendo todo el poder del Verdadero en aquella palabra.

 

El cuerpecillo se estremeció, los brazos temblaron, como si no pudiesen sostener el peso. Agitó la cabeza, resistiéndose. Pero el poder del Verdadero era mayor que el de Devan y siempre acabaría dominándolo.

- Mi hijo. – gruñó entre dientes, el ceño fruncido.

 

Por primera vez en muchos años, Simba Löwe sintió miedo. La profecía hablaba del principio del fin y, si el hijo del Maldito estaba naciendo, naturalmente sería él quien traería la destrucción al mundo. Ergo: ese niño no podía nacer.

 

- ¿Dónde está?

 

El demonio a sus pies se convulsionó.

- Vamos a perderlo. – la voz de Tau le llegó como si se encontrara muy lejos.

 

El olor a hierbas quemadas se intensificó. A sus pies los brazos del niño cedieron y éste cayó al suelo, sacudiéndose con poderosos espasmos. El Rey de lo Profundo ya no ocupaba su cuerpo, pero Simba Löwe sabía el poder que tenía el muchacho.

- ¿Dónde está?

 

No recibió respuesta. Cabeza del Verdadero Simba Löwe podía verle luchando contra la compulsión.

 

- ¿Dónde está?

 

Lo descubriría y cuando lo hiciera acabaría con el Maldito antes de que pudiese amenazar la seguridad de Sarosh.

 

El niño apretó las mandíbulas, los labios convertidos finas líneas. Arqueó la espalda, hasta que solo la cabeza y los talones tocaban el suelo. Emitió un gemido largo y agudo.

- Lo vas a romper- intervino otra de las Cabezas del Verdadero, pero Simba Löwe conocía a este niño, sabía que podía aguantar y que lucharía contra la voluntad del Verdadero con toda la fuerza de su pequeña mente hereje.

 

La cabeza afeitada del niño golpeó el suelo.

 

- ¡DÓNDE ESTÁ!

 

El niño cayó como una marioneta sin hilos, los dientes manchados de sangre y los ojos abiertos parecían iluminados por una luz blanca. Parpadeó y sus ojos volvían a ser grises e infantiles. Se incorporó con dificultad, trepando de nuevo al taburete.

- Estaba en Babbel, bajo el techo de la Casa Jian.

 

Cabeza del Verdadero Areli del Negro, se precipitó hacia la puerta. Junto con Tau de Salomón. Lev frunció el ceño. Usama, de David, siempre paciente, permanecía estoico.

 

- Pero ha desaparecido envuelto en un manto azul. Ya no puedo verlo.

 

- ¿Cuál es su nombre? - murmuró Usama inclinándose hacia delante, las manos juntas entre las rodillas.

 

- ¿Dónde está Caksusa? - ladró Simba Löwe.

 

El niño tenía vista perdida en un punto indefinido del suelo.

 

- Caksusa ha intentado matarlo. Pero se le ha escurrido entre los dedos.

 

- Su nombre, Hakan- la voz de Usama era como una caricia después de la ferocidad de Simba Löwe, el niño se volvió hacia él, inclinando todo el cuerpo en su direcció como una planta hacia el sol. - ¿Cuál es su nombre?

 

Si averiguaban su nombre los Ojos del Verdadero podrían buscarle en las profecías del futuro, si sabían su nombre los Oídos del Verdadero, podrían encontrarle y las Manos del Verdadero podrían sacarle de las calles antes que pudiese hacer ningún mal.

 

El niño se limpió la sangre de los dientes con la lengua.

 

- Fuego…- gimió, encogiéndose en su asiento, temblando de pies a cabeza. – El fuego…

 

Usama fulminó a Simba Löwe con la mirada.

 

- Lo has roto- gruñó Othniel, Cabeza del Verdadero del Gótico.

Lev se acercó al niño, arrodillándose ante él, hasta que sus cabezas quedaron a la misma altura.

 

- Hakan, escúchame. Debes decirnos quién es, Hakan. Es importante.

 

- El fuego…

 

- El fuego acabará con toda la ciudad si no nos lo dices. ¿Quieres que el fuego consuma a todos los niños? Si no le encontramos tendremos que matar a todos los niños que hayan nacido este año. Y todos arderán, - le acarició la mejilla cubierta de lágrimas. - Un nombre, Hakan. Danos el nombre de este niño y salvarás a todos los demás.

Hakan Wolf, se miró los pies descalzos. Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. Areli abrió la boca para añadir algo, pero Lev le hizo callar con un gesto. Hakan Wolf se limpió la nariz con el dorso de la mano.

 

- ¿Cómo se llama el Maldito, Hakan?

 

- Devanta - murmuró finalmente con voz derrotada. - Su nombre es Devanta.

 

Lev suspiró.

 

- Has hecho Bien, Hakan. Es tarde, vete a dormir.

El niño asintió y se dirigió a la puerta arrastrando los pies. Todo su cuerpo temblaba de agotamiento y Cabeza del Veradero Lev sabía que no atendería a ninguna de sus obligaciones al día siguiente. En el umbral de la puerta, Hakan se detuvo.

 

- No tiene la culpa. No quiere hacer daño a nadie. Solo quiere que se le deje en paz.

 

- Vete a dormir, Hakan.

 

- Pero es Verdad. Si le dejáis en paz no hará daño a nadie.

 

Simba Löwe se puso en pie, invocando una vez más el poder del Verdadero decretó:

 

- Ese es un riesgo que no estoy dispuesto a correr. El hijo de Devan será devuelto a Lo Profundo.

 

- Entonces, - Hakan frunció el ceño, la vista aun perdida nublada- no será Devanta quien lo destruya todo.

 

Cerró la puerta a sus espaldas.

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