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Introducción

Sarosh es una de las cinco ciudades en las que se hacina la vida de este planeta, otrora llamado el Azul. Repartidos entre los cuatro barrios Altos y los tres barrios Bajos, centenares, miles de seres humanos se arrastran de un lado para otro. Atendiendo sus asuntos, viviendo su vida; ajenos a todo aquello que no les pertenece.

Los aristócratas conviven alejados de los suburbios: sus días transcurren en un continuo festival. Trabajos sencillos, casas elegantes, manjares deliciosos, camas secas, edredones de plumas.

En los barrios bajos las casas se apretujan las unas contra las otras a los márgenes de estrechas callejuelas en las que los charcos jamás reciben la luz del sol. Las gentes nunca levantan la cabeza al cielo verdoso; nadie tiene motivos para alzar la vista y contemplar la creación del Dios Verdadero.

 Los únicos que miran altaneros, por encima de las cabezas de plebeyos y aristócratas, son los Sacerdotes: respetables figuras envueltas en los colores del Verdadero, que arrugan la nariz al predicar las enseñanzas ante ojos bovinos, cansados, rojos por humo que flota como un manto oscuro entre las casas del barrio Negro y oculta de la vista de los aristócratas el innombrable Rojo.  Los Sacerdotes son autoridades supremas en Sarosh, pues son la Voz, los Ojos y las Manos del Verdadero. Ven el destino de los recién nacidos, a los que ponen el nombre que el Verdadero designa. Oyen las faltas de los hombres y las perdonaban. Contemplando la miseria del mundo y, hablando en nombre del Verdadero, la condenan.

Siempre ha sido así: Incluso en los pergaminos Arcanos se habla de semejantes tradiciones y, hasta hacía poco, nadie imaginaba otro modo de hacer. Ir en contra del orden establecido es ir en contra del Verdadero y, eso es herejía.

Pero todas las tradiciones se rompen en algún momento para mejor, o peor.

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